Two Poems
by Neha Mulay
Two Days on Lucia’s Farm
Blue gum crackles static the day we drive in
strained of sour we stumble,
candied by singed air
how quickly rapture can become clean again
like a house leaking milk into the sky
Rained cacophony of skin
Lucia’s gold hair sneaking
into the cracked andradite of her eyes,
the oceanic volume of that horizon
sunned naiveté
like a river growing forlorn
we were strung,
aglow like all that needs kneading
but cannot ask,
crooned by an immeasurable heat
we set fire to tree trunks
because they were already dead,
wasted with disrepair they burned like endless bridges
on vicious land smoke pulsating
into a blackjack sky,
always the rationed strain of breath,
still, our excess, her and mine,
pulsing with enough clout
to make the unbearable fruitless again,
the mynahs had wet wings, our teeth were blind to shine
we swam in glades
of warmth and slow shivers
brown snakes gulping concentrics,
making untenable haze around us,
freshwater strums,
throats ringing for the chalky earth,
red dresses, cured wood, barbeque sauce,
sandpapered, a skin unmet
we were burnt,
fractious with pigment and anise
what storm could have kept us?
The Ferris wheels were pink on the horizon
as, driving, the city enveloped us again,
green sweetness fading into oxide,
Somebody’s Talking smooth over the radio,
numb from the carnival
of our incessant glaze,
waking into strands of fracture
we walked into new awnings,
unbeknownst to ourselves,
unthinking of packs
and their crucifixions
I heard Lucia, too,
had her own unveiling
we fell the same
flack like a garbled cellophane in the streets,
scorned skin,
windpipe snapped over the knee,
the hoards, their oaths,
grease in the linoleum
dirty kitchens
overhung with printed curtains
sickened calf of our toil
that could toil no longer—
Were we the appendages to each other’s anthems,
Lucia,
until we weren’t,
flesh-drawn and frenzied,
luster of the animal in us,
how your paintings always seemed one way
then whiplashed into fractals,
aquamarine in the pool,
the walls always glass, still,
how that midrib of fiber spread
Could be a simple thing,
as simple as
the lack of eucalyptus
that undid us
You named a child you lost
I took a vow of smoke
You worked at a patisserie,
bit me in a dessert lab
and that clean, fortified venom
finally flooded us
I Am Too Far
After Wisława Szymborska
I’m too far away to pick the vagaries of my sunburn.
Too far to put my hand on this chasm of a shoulder.
Too far to feel the drops of milk on the russet wall
or fold flowers into newspaper.
Too far away to open the carton and seal it back up.
Though I’ve seen every lightbulb flicker on this street,
I’m too far away to anoint or say a prayer,
living as I am, in the thick of it, mania and death
in the streets, choruses reaching fever pitch,
roofs tippling for half-masts,
licenses curling into oblivion in shuttered,
gaslit bureaucracies. Limpid revival approaches
and I need monocles for the new god,
for his tricks of light.
I’m too far to notice he is embalming me,
too far to disengage from the pit-less peach
of a mouth gorging on me. Bitten, spent,
vacated, but never laid to rest,
I’m walking on tenements,
too far to conceive gravity. Somewhere,
this body must beat and ache,
though I, myself, am mirror of fatal dream.
I never walked a street that didn’t cobble into me,
my innards always translucent,
my hunger the slip of a ghost I’m playing with,
a river of broth always gushing over backgammon
but I’m too far from a coastline and an adhesive city.
I’ve wanted the sea for some time now,
silent vases glimmering in the undertow
but the current cannot reach me.
I’m lost somewhere in the flesh carnival of fiends,
too far away to ask for a cup or a refill.
I’m too far for another pretense, enough
only for the undertones of a scaled emptiness,
still, even when the color goes,
I’m too far to know shine from scream.
Dos poemas
traducido por Enrique Aureng Silva
Dos días en la granja de Lucía
Chicle azul que cruje estática el día cuando llegamos
torcidas de acidez nos tropezamos
recubiertas de aire chamuscado
qué rápido puede blanquearse de nuevo
el arrebato
como una casa que goteara leche al cielo
Cacofonía de piel llovida
El cabello dorado de Lucía escabulléndose
en la agrietada andradita de sus ojos,
el volúmen oceánico de ese horizonte
asoleada ingenuidad
como un río creciendo desolado
estábamos colgadas,
refulgentes como todo lo que necesita masajearse
pero no puede pedirlo,
arrulladas por un fuego inconmensurable,
incendiamos troncos
porque ya estaban muertos,
desperdiciados con descuido se quemaron como puentes sin final
en tierra salvaje
palpitando humo
en un cielo de blackjack,
siempre el esfuerzo racionado de la respiración,
inmóvil, nuestro exceso, el de ella y mío,
pulsando con la suficiente fuerza
para hacer lo insoportable otra vez esteril,
las minás tenían alas mojadas, nuestro dientes ciegos para el brillo
andábamos en claros
de calidez y lentos calosfríos
serpientes marrón engullendo concéntricas,
fabricando niebla insostenible a nuestro alrededor,
rasgaduras de agua fresca,
gargantas resonando por tierra calcárea,
vestidos rojos, madera curada, salsa barbacoa,
limada, piel destapada
estábamos quemadas,
rebeldes con pigmento y anís
¿qué tormenta nos hubiera guarecido?
Las Ruedas de la Fortuna eran rosadas en el horizonte
mientras manejando la ciudad nos envolvía de nuevo,
dulzura verde disipándose en el óxido
Somebody’s Talking suavemente por la radio,
adormecidos por el carnaval
de nuestro incesante esmalte,
despertando en hebras fracturadas
caminamos hacia nuevos toldos,
desconocidas nosotras mismas,
sin pensar en manadas
ni en sus crucifixiones.
Escuché que también Lucía,
tuvo su propia revelación
caímos iguales
criticadas como un embrollado celofán en las calles
piel menospreciada,
traquea quebrada sobre la rodilla,
las provisiones, sus juramentos,
grasa en el linóleo
cocinas sucias
retacadas de cortinas estampadas
un becerro enfermo por nuestro trabajo
que no pudo esforzarse más—
Éramos el apéndice de los himnos de la otra,
Lucía,
hasta que no lo fuimos,
carne demacrada y delirante,
lustre de nuestro animal interno,
cómo tus pinturas parecían siempre de una manera
para después fractalizarse a latigazos ,
aguamarinas en la alberca,
las paredes siempre de cristal, inmóviles,
cómo esa vena de media fibra
se extendió
Puede ser una cosa sencilla
tan simple como
la falta de eucaliptos
que nos deshizo
Tú nombraste a un niño que perdiste
Yo tomé un voto de humo
Tú trabajaste en una repostería,
me mordiste en un laboratorio de postres
y ese veneno limpio y fortificado
finalmente nos hinundó
Estoy demasiado lejos
siguiendo a Wisława Szymborska
Estoy demasiado lejos para quitar los caprichos de mi piel quemada.
Demasiado lejos para poner mi mano sobre este hombro abismal.
Demasiado lejos para sentir las gotas de leche en el muro rojizo
o para doblar flores en periódico.
Demasiado lejos para abrir el cartón y después cerrarlo.
Aunque en esta calle he visto a cada foco titilar
Estoy demasiado lejos para ungir o hacer una oración,
viviendo como estoy, en medio del todo, locura y muerte
por las calles, coros que alcanzan tonos febriles,
techos empinándose por medias astas,
licencias enrollándose al olvido en burocracias
obsoletas y cerradas. Se aproxima un límpido renacimiento
y yo necesito monóculos para el nuevo dios,
para sus trucos de luz.
Estoy demasiado lejos para notar que me embalsama,
demasiado lejos para ignorar el durazno sin semilla
de una boca atragantándose de mí. Mordida, gastada,
vacía, pero nunca enterrada,
Camino entre vecindades,
demasiado lejos para concebir la gravedad. En algún lugar,
este cuerpo debería latir y doler,
aunque yo misma soy espejo de un sueño fatal.
Nunca caminé una calle que no me encantara,
mis entrañas siempre traslúcidas,
mi hambre el resbalón de un fantasma con el que jugueteo,
un río caldoso a borbotones mientras juego al backgammon
pero estoy demasiado lejos de la costa y de una ciudad pegajosa.
He deseado el mar desde hace tiempo,
floreros silenciosos destellando en la resaca,
aún así la corriente no puede alcanzarme.
Estoy perdida en el carnal desfile de demonios,
muy lejos para pedir un vaso o un refill.
Estoy demasiado lejos de otra excusa, solo suficiente
para los tonos bajos de un vacío escamoso,
y aún así, cuando el color se va,
estoy demasiado lejos para distinguir entre brillar y gritar.