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       La rutina de Luis

            por Diego Alberdi


Luis ve televisión en la sala de estar. Es un departamento pequeño el que habita junto a su padre. En un segundo piso de un edificio de seis. Viven ahí desde que la madre de Luis los dejó. En plural. Una tarde tomó sus cosas, a su hermana menor y se fue. Luis no piensa mucho en ellas. Extraña, sin duda, a Emilia su hermana. Pero se resiste a reparar en la huida. Su padre trabaja largas jornadas y él ve televisión. Una rutina que todavía está enmetapa de adaptación. Piensa, de manera recurrente, que es un estado intermedio entre su presente y un futuro por demás impreciso del que no le resulta provechoso cavilar. En su día hay también, dos latas de atún en la cena, una barra de granola a media noche, tres huevos revueltos al desayuno, una lata de sopa fría a la comida y papas fritas a demasiadas horas. Hace algunos días que no pone sobrado interés en la pantalla. Pasa sus horas recapacitando sobre ese futuro impreciso que lo espera detrás de la puerta del edificio de seis plantas. Su padre, también de nombre Luis, no lo increpa a preguntas para no ahuyentarlo a él también. Su madre se fue en un arranque de celos. Una escena, quizás excesiva, de una novela que solo existía en la mente de su progenitora. Hoy no evoca las líneas que de memoria aprendió y que muchas tardes se repite a sí mismo sin pensar en ello. Las palabras exactas de su madre al partir. Sus ademanes, casi ensayados, al azotar la puerta una última vez. Detrás de esa puerta, que ahora mira sin atención, su padre aparece con bolsas llenas de comida. Luis se levanta a ayudarlo. Acomodan juntos las latas en las estanterías y las pocas frutas en los cajones de un refrigerador demasiado grande. Después cenan sin intercambiar más de dos o tres miradas. Ordenan la cocina a su estado original. Luis vuelve a la sala de estar frente al televisor. Su padre, el otro Luis, va a su habitación y se pone la pijama. Después anda hasta donde su hijo y se sienta a su lado, con las piernas levantadas sobre su regazo. El joven masajea los pies cansados de su padre en un intento, quizás infructífero, de retribuir lo que su padre hace por él. Los frota con delicadeza hasta que sus manos y hombros se agotan del movimiento oscilatorio y su progenitor los quita de sobre sus muslos. Entonces Luis, el hijo, se acomoda de lado, dándole la espalda a su padre y se quita la camisa. Luis, el padre, acerca sus manos rugosas a la espalda de su descendiente y la masajea.

Así estaban ellos, aquel día en que su madre entró por la puerta de su antiguo hogar y los encontró despreocupados. Ninguno se movió, ni ahora ni aquel día. La madre no pudo contener su enojo y reprendió a sus familiares. No lograron entender el enfado de la mujer y continuaron viendo televisión como si nada hubiera acontecido. Esa noche, la madre de Luis, esposa del otro Luis, cerró su habitación con llave y dejó a su marido fuera. Luis fue a donde Luis y se metió en su cama en busca de consuelo. El hijo, abrazó a su débil padre y lo acurrucó hasta sosegarlo. En la mañana, cuando el pestillo de la habitación de la madre se abrió, ella los encontró enroscados bajo las sábanas verdes de la cama individual del joven. Ahí comienza la escena que Luis domina con maestría. En un intento vago por recapitular, se puede decir que la madre los injurió a ambos y tomó sus cosas, a su hija y se largó del hogar que juntos habían erguido. No volvió jamás. A Luis, no le molestó demasiado la idea. En realidad, no le dio importancia hasta que la economía del otro Luis los hizo mudarse y tuvo que verse en la penosa tarea de guardar su vida en cajas y trasladarla a una nueva ubicación. Se asentaron sin mucha demora y volvieron a su habitual costumbre.


Después de un tiempo, los dos se recuestan una vez más en el sillón y ven alguna película en silencio. Al finalizar el filme, van acompasados hasta la habitación más grande del departamento y se acuestan en una cama matrimonial de sábanas verdes. Se ovillan abrazados, como ese día de necesitado consuelo, en un intento reconfortante prolongado. Duermen con sus extremidades entrelazadas hasta que el despertador marca el inicio de un cuadrito más en el calendario de la cocina. Luis, el padre, se despierta y se prepara para laborar. Luis, el hijo, hace el desayuno que después compartirá con su papá. Al terminar sus alimentos, cada uno va a lo suyo. Luis a trabajar y Luis a ver televisión hasta que sea tiempo de que Luis retorne hasta la casa y se encuentre con el otro Luis.

    Luis’s Routine

            translated by Rachel Whalen


Luis watches television in the living room. It’s small, the apartment he lives in with his father. It’s on the second floor in a building of six floors. They’ve lived here since Luis’s mother left them. Both of them, plural. One afternoon she took her things, his younger sister, and left. Luis doesn’t think about them much. Without a doubt, he misses his sister Emilia. But he doesn’t fixate on their escape. Luis’s father works long days and Luis watches television. A routine that is still in a phase of adjustment. Luis often wonders if this routine is an intermediate state between his present and an imprecise future — a future that does not come any further into focus upon contemplation. His day is also filled by two cans of tuna for dinner, a granola bar at midnight, three scrambled eggs for breakfast, a can of cold soup for lunch and french fries at all hours. It’s been a few days since he’s actually paid attention to what’s on the screen. He spends the time contemplating this imprecise future that awaits him beyond this six-story building. His father, also named Luis, does not ask him any questions so as not to scare him away, too. His mother left in a fit of jealousy. It was perhaps an over-dramatic scene, as if from a novel that would only exist in the mind of his own parent. Today he does not evoke the lines that he learned by memory, the lines he repeats to himself on many nights without thinking. The exact words his mother said when she left. Her expressions, almost rehearsed, as she slammed the door one last time. Through this other door, which he now watches carelessly, his father appears with bags full of food. Luis stands up to help him. They put the cans away in the cabinets and a few fruits in the drawers of a refrigerator that is way too large. Afterwards, they have dinner without interacting, save for two or three glances. They organize the kitchen to its original state. Luis returns to the television. His dad, the other Luis, goes to his room and puts on his pajamas. Afterwards, he walks over to Luis and sits next to him, with his legs lifted onto his son’s lap. The younger Luis massages his father’s tired feet in an attempt — which is perhaps pointless — to repay his dad for all he has done. The son rubs them gently until his hands and shoulders hurt from the oscillating movement and his parent removes them from his thighs. Then Luis the son gets comfortable, giving his father his back and removing his shirt. Luis the father places his rough hands on his child’s back and massages it.

This is how they were, that day when Luis’s mother entered through the door of their old home and found them so carefree. No one moved, neither then nor now. The mother could contain neither her rage nor her reproach from her family. They weren’t able to understand her anger and continued watching television as if nothing had happened. That night, the mother of Luis, the wife of the other Luis, locked her husband out of their room. Luis, in search of solace, went where Luis was and got into his bed. The son hugged his weak father and cuddled with him until he had calmed down. In the morning, upon opening the latch of her room, the mother found them coiled up beneath the green sheets of the child’s twin bed. Then began the scene that Luis remembers by heart. In a vague attempt to summarize it, one could say that the mother condemned them and took her things, her daughter, and most of the home that they had built together. She never returned. Luis was not too bothered by the idea of this. In reality, he didn’t think it was that important — until the economic situation of the other Luis forced them to move, and he had to watch as his life was painfully split into boxes and moved to a new place. They settled down without much delay and returned to their usual habits.

After some time, they both lie down on the couch and watch a movie in silence. At the end of the film, they move rhythmically to the largest room of the apartment and lie down in a full bed with green sheets. They curl up, hugging, just as they were on that day of necessary consolement, in an attempt to prolong this act of comforting. They sleep with their limbs interlocked until the alarm clock marks the commencement of another little square on their kitchen calendar. Luis the father wakes up and prepares for work. Luis the son makes the breakfast that he will share with his father. After eating their meals, each one goes their own way. Luis to work and Luis to watch television, until it’s time for Luis to return home and find himself with the other Luis.